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Un día cualquiera de esta ordinaria vida,
mis ojos veían, a la vera de la vía,
a un lucero pasajero que allí había.

Decidí detenerme, y al momento, se congeló el tiempo.

Su luz brillante como ninguna me impedía verle.
Sólo podía oír su presencia, junto a mi silencio.

Así avanzamos, y sin darme cuenta llegamos,
tras tan extraño, efímero y fugaz viaje.

Y fue justo en ese preciso instante,
cuando la monotonía de mi mundo desvanecía,
y salía,
por la misma puerta que el lucero abría.

Me notaba raro. La razón ignoraba pero ya sabía.
Me alejaba, y mientras lo hacía, mi mirada caía.
Palidecía.

La vida entonces luego me decía,
que el imaginar cercano y cálido,
algo ya desconocido y lejano,
se arrepentía en mí evidente.

El tiempo pasaba y eso más pesaba.

Pero… cómo estará todo diseñado,
se preguntaba mi mente,
que pocas veces puede uno sorprenderse,
por un ingenuo pensamiento
de algo tan insospechado.
Sí, cuán inesperado.

Porque así, de repente,
imposible y como si la hubiese llamado,
encontré, de la nada,
el hogar de su nueva morada.

La oportunidad no vive dos veces en un lugar,
y no sé cuántas veces más a su puerta tocar,
para saber si el lucero,
algún día regresará.